lunes, 14 de marzo de 2011

El Presidente de la RAC en Badajoz -¿Quién dice Vd.?

El jueves pasado (7 de marzo de 2011) estuvo en Badajoz el Presidente de la Real Academia de Ciencias (RAC), el Dr. Miguel Ángel Alario y Franco, doctor en Ciencias Químicas, especialista en Estado Sólido, con un curriculum que a grandes rasgos puede verse en Wikipedia, por ejemplo, y que recientemente se ha incrementado con la concesión del prestigioso premio de investigación "Miguel Catalán".

Miguel Ángel Alario visitó el Laboratorio "Benito Mahedero" de Aplicaciones Eléctricas de Superconductores, en la Escuela de Ingenierías Industriales, y dio más tarde una conferencia en la Facultad de Ciencias enmarcada en el programa de actos del Año Mundial de la Química, programa que organiza, magníficamente por cierto, el recien creado Servicio de Difusión de la Cultura Científica de la UEx.


Miguel Ángel Alario entre Pilar y yo
frenta al grupo turbina-alternador de
la Escuela de Ingenierías Industriales

Afortunadamente para Pilar y para mí, responsables del laboratorio, al Dr. Alario le hicieron más bien poco caso tanto en la propia Universidad (a nivel institucional, me refiero) como en la ciudad de Badajoz, esta ciudad de la que queremos hacer algunos, con el Museo de Ciencia y Tecnología, un referente cultural en el sentido más ámplio, en el que la ciencia y la tecnología estén al mismo nivel que las humanidades.

Parece que va a costar, porque esta falta manifiesta de cultura que exhibimos no se escapa a ninguno de los estamentos de nuestra sociedad, ni siquiera a aquellos que pueden difundirla contrapesando el interés a cuatro años de la administración de turno: me refiero a los medios, que se dice ahora; a los periodistas y a sus publicadores.

Estoy absolutamente convencido de que si en lugar del Presidente de la RAC, el que viene es el Director de la RAE, pongamos D. Victor García de la Concha hasta hace tres meses (ése suena ¿no?), le recibe no digo ya el Vicerrector del ramo (que en el caso de Alario parece que tenía compromisos previamente adquiridos), no; el propio Rector, el Alcalde y algún Consejero, con la presencia, claro está, de la prensa, la radio y la televisión de todos los colores.

Esperemos que nuestro Museo de CyT ayude a mejorar el penoso nivel demostrado.

martes, 17 de agosto de 2010

De Washington a Nueva York

La ilusión la ponían ellos (en nosotros, digo). No es que ellos no la tuvieran por ellos mismos, ni que nos faltara a nosotros. Ellos, lo que pasa, es que nos la multiplican. Y eso que ya no son pequeños (o sí lo son, pero no lo saben; o somos nosotros los que no nos enteramos de que han crecido). El caso es que hemos pasado unos días estupendos con ellos en Washington y en Nueva York.

En Washington, frente al Capitolio

Washington es todo orden. No hay demasiada gente ni siquiera en los sitios más emblemáticos, a pesar de las fechas estivales. Los museos son magníficos y gratis. El conjunto de museos nacionales, conocidos por “Smithsonian”, se ordenan urbanísticamente alrededor del “Mall”, esa gran avenida, o parque, que lleva del monumento a Lincoln hasta el Capitolio.

En el estanque del memorial
a la 2ª Gerra Mundial, en el Mall.

Allí en Washington teníamos un congreso (científico, quiero decir), pero tuvimos tiempo para visitar los lugares más significativos, e incluso para entrar en dos museos: el de Historia Natural, en donde se inspira la serie de televisión “Bones”, basada en las novelas de la antropóloga forense Kathy Reichs, y el del Aire y el Espacio, en donde se encuentran desde el auténtico “Espíritu de San Luis”, con el que Charles Lindbergh (a veces creo que fue James Stewart, pero no) cruzó por primera vez el Atlántico, hasta uno de los dos módulos lunares construidos que se conservan en la tierra (porque no volaron, naturalmente). Los dos museos son una pasada que te dejan con ganas de ver los otros cinco o seis que no vimos.
Una gran ciudad, Washington, con viviendas de estilo victoriano y trazados de corte napoleónico.

Fotomontaje (croma) al subir
al Empire State, en Nueva York

Nueva York es lo contrario: colosal en sus dimensiones, casi deforme en sus miembros, abarrotado de gente que tiene prisa para todo y a quien no la tiene se la provocan, caos de tráfico, suciedad, y ese olor del metro en las calles que sale por las alcantarillas en forma de humo sin serlo exactamente. Y en medio del asfalto, Central Park, que es la gran isla verde que desagobia de todo esto. No nos dio tiempo a visitar museos, seguramente tan interesantes como los de Washington, pero en sólo tres días quisimos hacernos con los exteriores; y eso sin salir de Manhattan. Recorrimos su parte baja (downtown) con su Estatua de la Libertad, su Zona Cero de permanente recuerdo o el Puente de Brooklyn. Más arriba, el Empire State, al que por supuesto subimos, o Time Square, que es el centro neurálgico del jaleo y en donde está el restaurante “Bubba Gump”, inspirado en la oscarizada película de Robert Zemeckis “Forrest Gump”, con papelón de Tom Hanks, que además nos devolvía al Estanque Reflectante en Washington –¿recuerdan la escena?–. Allí cenamos y nos divertimos mucho. Naturalmente, hubo también visita obligada al Madison Square Garden y a la tienda oficial de la NBA.

De compras por Time Square, después
de haber pasado por la tienda de la NBA

En realidad nos lo hemos pasamos bien en todos lados. Incluso, a veces, en los aeropuertos, a pesar de que son algo estresantes con tantos y tan exhaustivos controles, y eso que a nosotros nos daban largas enseguida.
El año que viene espero que se repita en donde toque.

sábado, 5 de junio de 2010

El embrujo en casa

El embrujo me encuentra de nuevo. Será que yo me dejo, me digo siempre; que mi resistencia a salirme de la realidad es mínima cuando me ponen un poco de licor de “siempre” en una copa hecha de fino “ahora”. No me resisto a saborearlo, olerlo, pintarlo en mi retina, mecerlo en el tímpano y, desde luego, a embriagarme con él hasta perder la voluntad y dejar de nuevo que el embrujo me encuentre.
Me encontró anoche, viernes de sofoco, a la caída de la tarde, cuando la luz de junio al entornarse dejaba escapar todavía esa brisa piadosa que nos llama a pasear relajados por las calles, heridas algunas, del corazón pacense.
En la Plaza Alta me encontró, no como lo hace otras veces, dejando salir entre palos flamencos a los fantasmas gitanos que viven en aquellos soportales (los Suárez, Salazar, Saavedra, Silva, Montoya,... que alguna vez me presentó mi amiga Lali Pablo Lozano).
Pero anoche fue distinto. Estaba la plaza llena con 2000 sillas, prácticamente ocupadas cuando llegamos, porque actuaba la Orquesta de Extremadura.

La Plaza Alta antes del concierto.

Con los últimos azules del cielo, los faroles de los soportales, ayudados anoche por antorchas de alcohol, comenzaron a destacar la policromía ocre, gris y blanca de las fachadas, sus balcones guapeados con geranios rojos.
La torre de Espantaperros, coronada por un nido de cigüeña, señoreaba sobre el tejado del fondo, frente a nosotros, convertida de nuevo en atalaya por su inquilina curiosa.
Las luces del escenario llaman de repente la atención de los asistentes. Sube la orquesta. Su director espera el tiempo que el concertino necesita para afinar y sube también finalmente.
El Barbero de Sevilla y Carmen, para la primera parte. Cuando empieza la segunda ya la noche ha impuesto definitivamente sus leyes. La Revoltosa evoca mi infancia. Una figura femenina que bien podría haber escapado de un cuadro de Felipe Checa, reposa seductora su perfil en la jamba de un balcón, tras el escenario, mientras La Leyenda del Beso empuja la imaginación a territorios prohibidos. El Tambor de Granaderos, El Caserío, El Bateo, España Cañí; La Boda de Luis Alonso luego, fuera de programa (aún guardo cientos de cintas de casete de mi padre, pero ya no tengo casete en que ponerlas).

La Orquesta de Extremadura (Jesús Amigo con la batuta)
durante el concierto.


Y el último bis, Suspiros de España. Pilar dice que es el pasodoble más bonito que se ha escrito. Yo no la saqué a bailar porque no era procedente, pero no por falta de ganas.
Una noche mágica sin salir de casa.

Pilar con Pepe Morales y Patro aliviando la sed
antes de empezar en concierto.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Mi infancia son recuerdos...

Aunque no están ausentes el resto del año, los recuerdos nos suelen perseguir por estas fechas con algo más de insistencia de lo habitual, y llegando a más profundidad.
Mi segundo maestro (porque lo fue después de mi padre y luego con él) D. Juan León Domínguez, me ha mandado una postal sepia, y algo salada, de nuestra escuela, que ha preparado, como me escribe en ella, con la misma ilusión que a mí me ha hecho recibirla.

La Aneja cuando yo estudiaba

Cincuenta años tiene el edificio que yo pisara por primera vez en el sesenta y tres. Yo, ya cincuenta y dos.
A él se llevaron, juntas, pero no revueltas, las Escuelas Anejas masculina y femenina, que anteriormente funcionaban, sin condiciones, en sendas viviendas de las calles Zurbarán y Abril.
Estaban estas escuelas vinculadas a la Escuela Normal, en donde se formaban los futuros maestros, y tenían la misión de dar soporte a las prácticas profesionales de éstos. Por esta razón los maestros de las Anejas, como D. Juan, tenían una formación especial que se les exigía en una oposición específica para aquel puesto -por cierto, que, por uno de esos caprichos que tiene la vida, D. Juan aprobó la oposición en la convocatoria del cincuenta y nueve, en la que fue presidente el último de mis maestros, mi Jefe, D. Benito Mahedero-.
Además, en este lugar se instaló la Inspección de Enseñanza Primaria por cuyas ventanas yo veía desde el recreo a otra de las figuras más relevantes en mi formación posterior: Felipe Pérez Checa, mi tío Felipe, también maestro, pero que estuvo muchos años en la Inspección con su buen amigo Antonio Zoido.
Por esas escaleras, que eran inmensas (luego se encogieron); en ese patio, entonces de tierra, que D. Juan dice que se quedaba pequeño, pero que igual nos servía para tirar "repionas" o jugar a los "bolis" cuando estaba seco, que al "pinche" cuando había llovido; en esas clases, a veces frías, que olían a viruta de lápiz recién afilado; incluso en esa Avenida de Colón, casi sin coches, en la que se organizaban los partidos de futbol de banco a banco (las porterías) con pelotas de plástico de "dos reales" que el guarda de los jardines nos requisaba si nos pillaba (-!cuidado que viene "el Seto"!); por esos lugares, digo, se ha quedado mi infancia; con la de mis compañeros, claro; aunque ya hay alguno que se la ha llevado de allí, no se bien a dónde.
Y al cabo del tiempo volví a la escuela porque mis hijos repitieron la historia; claro, que las historias no se repiten (unas no se pueden repetir, otras no se debe). Cuando regresé con ellos, el recreo, ya sin tierra, había abolido la frontera que entonces nos separaba de las niñas; ya no estaba la Señora Encarna, esa buena mujer que nos aterraba manteniendo el orden, ni D. José Quintana, que en mis primeros días de recreo recogió mis angustias y desde entonces no lo recuerdo sin una sonrisa, ni D. José Cacho, que me quiso enseñar a jugar a balonmano y yo no lo dejé. Tampoco estaban las filas prietas, ni el "Cara al sol". Ni "El llanero solitario" o "Kid Karson" en el cine de la tarde de los jueves, que más tarde pasó a los sábados (hay que recordar que hace cincuenta años no había más que un canal de televisión en blanco y negro que cortaba desde las doce de la noche hasta las doce de la mañana, así que el cine era casi nuestra única ventana hacia la fantasía).
Pues como digo, todos esos recuerdos, que siempre está ahí escondidos, se ha desempolvado con la tarjeta que mi maestro me manda por correo postal (ya romántico), y con un sello también especial, conmemorativo del cincuentenario del centro, en el que se reproduce el escudo del mismo, que era de metal y llevábamos cosido al "babi" de clase.

Postal y sello conmemorativos del cincuentenario de La Aneja

Gracias, D. Juan, por la postal y gracias por el recuerdo. Ha sido un regalo de Navidad estupendo.

sábado, 12 de diciembre de 2009

María Teresa León en edición española

He declaro sin pudor mi admiración en la distancia y en el tiempo a quien supo en su momento ser una de las mujeres más admiradas de su entorno en su momento, y que quedó injustamente al margen de la historia. María Teresa León fue una intelectual de tanta talla (si no más) como la que no se le ha escatimado al resto de sus compañeros (y amigos, y admiradores) de la generación del 27, empezando por su marido, quien dijo de ella: "Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada, como la ola que un mar imprevista me arrojara de un golpe contra el pecho" (La arboleda perdida).

María Teresa León

La guerra la echó de España tras haber luchado desde su trinchera intelectual a favor de las libertades y de la educación (¿no es lo mismo?). Ella fue educada en el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y de ahí su compromiso que la llevó, en los momentos más difíciles, a ser una de las personas que más activamente defendió y salvaguardó nuestro patrimonio cultural. Es de destacar su decisiva participación, junto a otro nombre que no podemos olvidar, nuestro paisano extremeño Timoteo Pérez Rubio, en la salvación de las obras del Museo del Prado de los bombardeos de la Legión Cóndor sobre Madrid, al final de la guerra.
Luego, el exilio en Francia. Y luego, Argentina, en donde les nació Aitana. Y después, Roma.
Y siempre desarrollando un trabajo intelectual y creativo que aquí no tuvo repercusión, en buena parte porque la figura mítica de Rafael Alberti, convertido en icono político a esas alturas, la eclipsó, excepción sea hecha de los círculos literarios más avanzados, en donde siempre estuvo por derecho.
Rafael volvió con la democracia. Ella, con él (¡con quién si no!), pero con el olvido, que en el destierro había deseado tanto como alivio a su añoranza, devorandole ahora las neuronas. Su cuerpo murió en el 88 en una clínica de Madrid.
Así que me he alegrado lo indecible de que esta semana se haya presentado en Logroño, en donde nació, la primera edición española de sus cuentos. Yo reclamaría una edición completa de su obra, que no fue poca, pero de momento esto ya es un éxito.
Y me he alegrado más aún, si cabe, de que se haya hecho justicia esta semana revisando su enorme figura (esa que, como su propia hija ya sabe, a mí también me enamora tan perdidamente) en el Congreso Internacional "El exilio literario de 1939", celebrado en aquella ciudad.

Aitana Alberti León en su visita a Badajoz

Y me alegro, en fin, porque el olvido es el mayor de los daños que podemos hacernos a nosotros mismos, como criaturas inteligentes. Permitidme parafrasear con cierta libertad a Isaac Newton: Sólo veremos suficientemente lejos para avanzar ligeros y sin tropiezos si subimos a hombros de gigantes.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Carta a Pedro Montero sobre el cubo de Biblioteconomía

Querido Pedro:
Esto no es un "a favor" ni un "en contra". Es sólo una pequeña reflexión... o dos.
En septiembre estuve en la ciudad alemana de Dresden, en donde me acordé más de una vez del famoso cubo. ¿Por qué? Pues mira las fotografías que te adjunto. Se trata de uno de los conjuntos artísticos más interesantes del barroco centroeuropeo: el Zwinger. Es una obra civil que mandó construir Augusto el Grande, a principio del siglo XVIII.


Si la continua destrucción de Badajoz a lo largo de su historia, le ha dado a nuestra ciudad su particular (y valorada) personalidad, identificando en muchos de sus más interesantes rincones la huella del reaprovechamiento y el eclecticismo, en la ciudad de Dresden la destrucción ha marcado también sus rasgos. Ésta fue brutalmente bombardeada al final de la 2ª Guerra Mundial y casi destruida. La reconstrucción, con los medios escasos de la posguerra y el posterior régimen, ha conseguido en alrededor de medio siglo darle el aspecto imperial perdido. Sin embargo, la ciudad, viva, ha marcado sus necesidades y no ha renunciado a ellas, conciliando medios y estética hasta donde se puede y no rasgándose las vestiduras donde no se puede.
Por eso vemos en la segunda fotografía cómo sobresale de la balaustrada, junto al reloj, esa forma angulosa que a más de uno por estas latitudes le hubiera supuesto un accidente cardiovascular importante.


Lo vemos con más detalle en la tercera fotografía, en la que unos amorcillos que juegan en la balaustrada inconscientes del peligro, parecen más interesados que perplejos, curioseando no sé qué intimidades tras las modernas cristaleras vecinas.


Ya digo que (casi) no me voy a definir, pero mi segunda reflexión es si es lícito o no, tal y como están las cosas, jugar con el dinero, que acaba siendo el nuestro, habiendo necesidades más urgentes, algunas por allí mismo. Me parece a mí.

Un abrazo de tu amigo (y amigo de Badajoz),

Alfredo

domingo, 30 de agosto de 2009

Una cena en Alburquerque

A veces los momentos especiales aparecen cuando menos te lo esperas, y sin salir prácticamente de casa. Ayer hacía calor y por culpa del breakdance (el cha-cha-cha fue siempre inocente, por más que Gabinete lo hiciera cabeza de turco de la cara dura de Jaime Urrutia), por un encuentro de breakdance en el que Jaime participaba, nos vimos avocados a pasar los calores de la tarde en la villa de Alburquerque. Hace mucho tiempo que nos habían hablado del Fogón de Santa María y decidimos buscarlo para darnos una cena que nos compensara las horas de espera que íbamos a pasar allí. Por la Puerta de la Villa, cuesta arriba, seguimos las indicaciones que nos llevaron hasta la Plaza de Santa María, al pie mismo del Castillo. Allí, unos veladores todavía sin clientes nos indicaban que habíamos encontrado el sitio.


Para confirmarlo nos acercamos hasta la puerta en donde, plácidamente sentados, los dueños del sitio, ella de calle, él de cocina, esperaban, todo a punto, la hora de la cena. Y antes de haber llegado (nadie en la plaza) el cocinero se levantó: “A este señor le conozco”. Se equivoca, me dije intentando, no obstante, hacer memoria; pero no se equivocaba. Más de 30 años justificaban mi olvido y ensalzaban su memoria: Madrid, estudiantes, la pensión de doña Amalia. (¿Dónde andarán aquellos compañeros?).


Pepe conoció a Lola en Madrid y se vinieron a casar allí mismo, en la plaza en la que la nos reencontrábamos, en la iglesia de Santa María del Mercado que vigila desde abajo el Castillo evitando que sus ansias de altura le hagan salir volando. Y allí mismo han comprado una casa que da al norte con el pueblo, tendido al amparo del Castillo, en la ladera del cerro; al sur con la fortaleza; al este con la iglesia y al oeste enraíza con el Barrio Medieval ("Villa Adentro", que se llama) del que toma sus señas de identidad, que Pepe y Lola han respetado con mimo hasta en sus más ínfimos detalles. Y allí mismo tienen su restaurante: El Fogón de Santa María.

Cuando nos sentamos a cenar, las últimas luces de la tarde le ponían fondo a una luna tempranera (no me extraña) que paseaba sin prisa sobre las almenas del Castillo (Castillo de Luna, se llama; lo que son las cosas). Las velitas de las mesas en la plaza ponían también sus ordenadas pinceladas en el cuadro. Poco a poco iba llegando gente, la mayoría venía andando; apenas un coche o dos, que callaban enseguida. Sólo el murmullo de las tranquilas conversaciones acompañaba a la nuestra. Y así tuvimos (nos encontramos) una cena deliciosa que protagonizaron, del lado de la despensa, los arenques y el cabrito, y del de la bodega un Martín Verdugo en su punto de temperatura.


Café, copa y… (el próximo día me llevo mi pipa).