sábado, 5 de junio de 2010

El embrujo en casa

El embrujo me encuentra de nuevo. Será que yo me dejo, me digo siempre; que mi resistencia a salirme de la realidad es mínima cuando me ponen un poco de licor de “siempre” en una copa hecha de fino “ahora”. No me resisto a saborearlo, olerlo, pintarlo en mi retina, mecerlo en el tímpano y, desde luego, a embriagarme con él hasta perder la voluntad y dejar de nuevo que el embrujo me encuentre.
Me encontró anoche, viernes de sofoco, a la caída de la tarde, cuando la luz de junio al entornarse dejaba escapar todavía esa brisa piadosa que nos llama a pasear relajados por las calles, heridas algunas, del corazón pacense.
En la Plaza Alta me encontró, no como lo hace otras veces, dejando salir entre palos flamencos a los fantasmas gitanos que viven en aquellos soportales (los Suárez, Salazar, Saavedra, Silva, Montoya,... que alguna vez me presentó mi amiga Lali Pablo Lozano).
Pero anoche fue distinto. Estaba la plaza llena con 2000 sillas, prácticamente ocupadas cuando llegamos, porque actuaba la Orquesta de Extremadura.

La Plaza Alta antes del concierto.

Con los últimos azules del cielo, los faroles de los soportales, ayudados anoche por antorchas de alcohol, comenzaron a destacar la policromía ocre, gris y blanca de las fachadas, sus balcones guapeados con geranios rojos.
La torre de Espantaperros, coronada por un nido de cigüeña, señoreaba sobre el tejado del fondo, frente a nosotros, convertida de nuevo en atalaya por su inquilina curiosa.
Las luces del escenario llaman de repente la atención de los asistentes. Sube la orquesta. Su director espera el tiempo que el concertino necesita para afinar y sube también finalmente.
El Barbero de Sevilla y Carmen, para la primera parte. Cuando empieza la segunda ya la noche ha impuesto definitivamente sus leyes. La Revoltosa evoca mi infancia. Una figura femenina que bien podría haber escapado de un cuadro de Felipe Checa, reposa seductora su perfil en la jamba de un balcón, tras el escenario, mientras La Leyenda del Beso empuja la imaginación a territorios prohibidos. El Tambor de Granaderos, El Caserío, El Bateo, España Cañí; La Boda de Luis Alonso luego, fuera de programa (aún guardo cientos de cintas de casete de mi padre, pero ya no tengo casete en que ponerlas).

La Orquesta de Extremadura (Jesús Amigo con la batuta)
durante el concierto.


Y el último bis, Suspiros de España. Pilar dice que es el pasodoble más bonito que se ha escrito. Yo no la saqué a bailar porque no era procedente, pero no por falta de ganas.
Una noche mágica sin salir de casa.

Pilar con Pepe Morales y Patro aliviando la sed
antes de empezar en concierto.