jueves, 5 de mayo de 2011

Mis notas sobre "Nada más le pido al mar"

Si no habéis leído Nada más le pido al mar creo que debéis hacerlo.

Esta semana hemos hablado del libro con su autor en un acto de la Asociación “Benito Mahedero” que resultó muy familiar y que tuve el honor de presentar. Estas notas mías recogen, precisamente, la opinión que dejé en mi intervención, antes de que tomara el autor la palabra y de que se abriera más tarde un coloquio que, como yo auguraba, acabó en los terrenos siempre sorprendentes de la creación literaria, sobre todo en lo que a los personajes y sus relaciones se refiere. Pero era de esperar este interés, más si cabe que con otros autores, ya que nuestro escritor se dedica profesionalmente al cuidado de esa parte del ser humano que, sin dejar de ser cuerpo, navega fuera de él con desigual fortuna según los casos: Francisco Vaz Leal es psiquiatra.

No es este el sitio de dejar su curriculum, ni científico ni literario, pero debo decir que siendo ambos envidiables, el segundo nos presenta a un autor con calificaciones altísimas, si atendemos al número de galardones recibidos por su aún no muy dilatada obra.

En cuanto a la novela, es para mí difícil comentarla por dos razones (al menos): primero porque, siendo algo tan alejado de mi quehacer habitual, supone meterme en camisa de once varas; segundo porque, en buena medida, opinar de una obra literaria (o de un cuadro o de un concierto) te obliga a nadar en las aguas turbulentas de lo subjetivo y con esta obra ya lo han hecho antes mejores nadadores que yo. No obstante, para superar estas dificultades con cierta dignidad, me limitaré a poner de manifiesto, sin otras pretensiones, los sentimientos que me sugiere la lectura del relato. Y lo voy a hacer desde la lejanía de las primeras impresiones hasta la intimidad de las últimas sensaciones, en ese extremo de una novela que te absorbe (y ésta lo hace) en el que el lector la recrea, es decir, la vuelve a crear, como si lo que tuviese en las manos fuese una partitura que como intérprete tiene que convertir en música, tal vez ya nunca la que saló de la pluma de su autor.

Así, lo primero que sugiere Nada más le pido al mar es tener entre las manos un estupendo compendio de relatos, hábilmente enlazados por la voz medio viva y medio muerta de una Sherezade llamada María de Ceu Pereira Cabral que, a diferencia de aquella de Las mil y una noches, trata de hacer más llevadera la muerte inminente de su particular Sultán, haciendo un relato a base de teselas que poco a poco componen una historia única y, tal vez, universal.

Desde esa perspectiva y habida cuenta de la familiar convivencia en su relato de lo que puede ser real y lo que no, el libro te lleva pronto a los terrenos del realismo mágico y luego, in crescendo, a la fantasía más onírica, desde la cual empieza a tener sentido el escenario conceptual de este retablo.
-¿De qué están hechos los delirios y los sueños?
-La vida no es más que una terca ilusión.
Y de ahí a la duda: fantasía y duda, conjugándose en el tiempo (en la acción) pero perfilando también el espacio (el escenario), ya que que a pesar de estar localizada la historia en el marco cercano de Badajoz, o Portugal, hay un punto de fuga geográfico en Dinamarca, con su sirena y su fantasía, con su Hamlet y su duda. En tal confluencia espacial es donde se encuentran el cuento y su contadora.

Pero también hay confluencias en el plano temporal, ya que las historias confluyen realmente en una: la de Baltasar Márquez Solana, personaje (perdonen la redundancia) de una sorprendente personalidad, cuyos sentimientos, por arte de la literatura y de un tatuaje díscolo, están a merced de cualquiera antes que de él mismo. Y su destino a merced del tatuaje. Este relato es su historia; la que fue y la que no fue, como la de George Bailey (James Stewart) en la película de Kapra. Es la historia triste de un sueño en el que desfilan un sinnúmero de personajes que el autor define de manera precisa e individual, demostrando, seguramente, la experiencia adquirida de su realidad profesional (a lo mejor tampoco tan real).

Y voy a acabar ya porque no me gustaría desvelar intimidades que es mejor ir descubriendo con la lectura, pero antes quiero mencionar lo que yo diría que es el tema musical de la obra, extraordinariamente elegido, si no fue inspiración previa: se trata de una canción de Gabriel Fauré titulada Après un rêve (después de un sueño). La letra es la adaptación al francés de un poema italiano anónimo, realizada por Romain Bussine y que dice así:
Mientras dormía, atesorando tu imagen,
Soñé la dicha, un espejismo ardiente:
Tus ojos eran más dulces, tu voz pura y sonora,
Brillabas como un cielo en la claridad de la aurora.
Tú me llamabas y yo dejaba la tierra
Para escapar contigo hacia la luz;
Los cielos para nosotros entreabrieron sus nubes,
Esplendores desconocidos, divinos claroscuros…

¡Ay! ¡Ay! ¡Triste despertar de los sueños!
Te llamo, oh noche, devuélveme tus engaños,
¡Regresa, regresa radiante,
Regresa, oh noche misteriosa!
A Baltasar de parecía la canción más triste que pudiera oírse pero, claro, es que le cuenta sus propios anhelos.