martes, 16 de agosto de 2011

Otra vez el Generalife. Otra vez Lorca

Otra vez el embrujo granaíno, como un atractor gravitacional, nos lleva en una espiral hipnótica a su tela de araña verde (que te quiero verde) en donde suele descansar los veranos, año tras año, el de Fuentevaqueros.

Pilar y yo en el Generalife, antes de la representación

Esta vez era anfitriona del poeta la bailaora (granaína, ella también) Eva Yerbabuena, que compone un retablo con determinados ambientes y situaciones que fueron la cuna en la que Federico crió a Lorca. (Federico según Lorca, se llama la obra. No está mal puesto el nombre.)
Magnífica la alegoría inicial del tiempo, con música contemporánea y estética daliniana en la que los brazos de la bailaora (horario y minutero locos) van perdiendo rigidez, convirtiendo el movimiento en sinuosa caída (flácido desparrame) que precipita a (que precipita en) un desarrollo atemporal de la obra, ya que esta primera parte, llena de espíritu veintisietesco (Buñuel presente con su mirada inquieta), da paso al núcleo central de la misma, en la que el costumbrismo deja los cuadros flamencos más interesantes de la noche: los palos se suceden de la bulería a la soleá ensombreciendo con monotonía creciente las vivencias lorquianas que uno reconoce tanto en los poemarios (el Romancero, sobre todo) como en la obra teatral (Doña Rosita la soltera y La casa de Bernarda Alba). Y en la última parte (algo peor resuelta, para mi gusto), de nuevo la alegoría, lo onírico, lo subrrealista… El títere (su gigante tamaño, en inversa proporción a la escala normal) recoge finalmente los despojos abandonados de aquellos deseos castigados, humillados y proscritos, revividos en los cuadros anteriores.
Fue, por tanto, otra carga de hechizos (innecesarios) en los que tanto nos gusta caer.

Granada, 16 de agosto de 2011

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