domingo, 23 de agosto de 2009

Danza y poesía en el Generalife

Federico García Lorca es una debilidad poética que me viene de la adolescencia y que me retiene en ella porque, si la edad modera las emociones (o al menos las reacciones), con la poesía de Lorca no he dejado de ser el mismo chaval que en los ardiente veranos de los 70 se tiraba en el suelo del fresquísimo pasillo de nuestra casa de la calle Prim para leer los libros de mi padre, igual a Lorca que a Jardiel Poncela. Este verano, por causas distintas, he releído a los dos.
A Jardiel porque en una librería me tropecé con Eloisa está debajo de un almendro, que era mi favorito de entonces y se había quedado en casa de mi padre, quedando un hueco incómodo en mi biblioteca. Lo compre y no he podido evitar releerlo, recrearlo (como corresponde al teatro) y re-disfrutarlo.
A Lorca, por el contrario, lo tengo en activo permanentemente, lo que pasa es que hemos estado en Granada otra vez y otra vez hemos asistido en el Generalife a la danza de Cristina Hoyos sobre textos de Federico. Esta vez (hace dos años fue el Romancero) le ha tocado al Cante Jondo que, naturalmente, he releído vorazmente al regresar.


El recurso escénico de la obra consiste en distribuir el poemario en la dramatización de una noche de espectáculo en el Café de Chinitas que frecuentara el poeta en Málaga. En dicho café, que es café-teatro, se suceden personajes de toda índole que, como espectadores o actores del mismo, van trayendo en su evolución escénica los palos flamencos uno tras otro: La seguirilla, la baladilla, la soleá, la saeta... Excelentes el libreto, la puesta en escena, la iluminación, el sonido, los cantaores, los bailarines... Pero, aunque fuese suficiente con esto para disfrutar del espectáculo, en este caso hay mucho más.


Granada, como todo el mundo sabe, se embruja de noche. El Ballet Flamenco de Andalucía se embruja también cuando se cae la noche sobre los cipreses del Generalife. Y embruja a quien escucha sus gargantas (o escucha a Federico en sus gargantas). Y embruja a quien los mira siguiendo el vuelo hipnótico de los volantes o las manos imposibles de las bailaoras que buscan en el cielo el ritmo edáfico de los tacones. Es la seducción de la poesía hecha copla y de la copla hecha danza, y todas ellas (poesía, copla y danza) envueltas en el llanto de corazones malheridos por flechas malheridas, que enredan sus quejidos entre las ramas de los cipreces para alcanzar el negro manto y escapar por el hueco de las estrellas al reino de lo mágico, de donde proceden.


Una noche embrujada, en definitiva, que si podéis no debéis perderos.

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